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No me lo vas a creer: hubo un tiempo en que no existían los teléfonos móviles. Cuando era tan joven como tú ahora, no habían inventado ese aparato que se ha ido convirtiendo en una extensión de tu mano. Ese aparato como en el que ahora estás leyendo esta columna o como el que tienes siempre al lado y que no para de hacer bip o plin porque tus amigos te están escribiendo para saber si quieres ir al cine esta tarde, para contarte que aquel les dijo “hola” o que ese otro leyó el mensaje que le enviaron y no dijo ni una sola palabra. Los ignoraron. Los dejé en visto.

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No has podido concentrarte en la lectura porque quieres ver, cada minuto, cuántos likes le han dado a tu comentario sobre la última canción de Taylor Swift, porque quieres saber si Ana ya subió alguna fotografía de su viaje a la Costa, si alguien más ha aceptó el reto de bailar un reguetón como lo bailan en ese video del que todos están hablando en tu colegio. Andas con la cabeza en otro lado porque no puedes aceptar que Juan haya conseguido tantos seguidores en tan poco tiempo, y los sigue sumando cada día… no lo puedes creer, y entras una y otra vez a revisar cuántos dígitos ha alcanzado la cifra de simpatizantes y de fanáticos.

No me lo vas a creer: hubo un tiempo en que llamabas a tus amigos desde un teléfono grande y pesado que debías compartir con todos en casa. ¡Un solo aparato para toda la familia! Un aparato conectado a una toma, que solía estar en una pequeña mesa de la sala, desde donde debías hablar mientras tus hermanos pasaban por ahí y te hacían gestos para burlarse de lo que oían o para pedirte que te apuraras.

Durante las vacaciones, cuando tus amigos se iban lejos, había que esperar hasta el regreso al colegio para saber cómo les había ido, para que te describieran con palabras a esa persona que conocieron y que les aceleró el corazón. Y cuando sus padres revelaron el rollo de fotos que tomaron a lo largo del paseo –24 imágenes en dos semanas– podrían mostrarte cómo les quedaba ese vestido de baño del que tanto te hablaron.

La gente escribía cartas, los novios se dejaban mensajes y se enviaban tarjetas, los amigos se ponían citas a una hora precisa, y por lo general no tenían forma de avisar si iban a llegar tarde.

Quizás ahora que el celular se quedará en casa, puedas imaginar cómo eran esos tiempos que en realidad no son tan lejanos.



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