La tradición oral de la poesía se mantuvo en Guaduas hasta finales del siglo XVIII. La casa Guzmán, aún en pie, era el centro de acogida de los notables que llegaban de España. Allí ganaron fama las tertulias poéticas en las que oficiaba como anfitrión Juan Vicente de Guzmán Silva y Álvarez de Toledo, quien había traído de Tarifa el arte de las jarchas. Que consistía en mezclar canciones populares con pequeños versos de cierre que se encadenaban unos con otros y le llamaban collares.

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Primero Juan Vicente y luego Tobías, que era medio sordo, llevaban la voz cantante, y la casa era una fiesta de las ‘aladas palabras’, como le había llamado Homero a la poesía: trasunto literario de ese ritmo (¡esa música!) que todos escuchamos en el vientre de nuestras madres, y que nos calma, acuna y explica el mundo. Ritmo que cataliza los placeres, pues danza, música y sexo también juegan con la repetición, el compás y las cadencias.

Algo de esto dijo Irene Vallejo cuando Piedad Bonnett le preguntó por la poesía, en entrevista de Radio W. Irene, todos lo saben, es una autora joven de Zaragoza (1979) que publicó en 2019 El infinito en un junco, una historia sobre la invención de los libros en el mundo antiguo, libro que en 2021 ya había alcanzado 27 ediciones, y en 2024 cuenta por decenas las traducciones. Su obra es antigua y nueva al mismo tiempo, ensayo que es relato y prosa que es poesía, a la manera de una jarcha milenaria, raíz mozárabe de nuestro idioma, el más hermoso del mundo. En Guaduas ya sabían lo que Irene escribe hoy sobre la poesía, que es arte de todos y que no pertenece a nadie, que se puede usar con libertad, agregando y retocando versos, incorporando matices, personajes, aventuras inventadas e, incluso, versos de otros. Así eran las tertulias en la Cueva del Chulo, según cuenta Hincapié Espinosa. Pero también sucedió en Cartagena, a finales del XIX, en el almacén López Hermanos regentado por Luis Carlos López, el Tuerto: “Aceitunas, encurtidos, salchichas, cebollitas en vinagre, alcaparras y otros potes de la casa Morton, oporto, whisky y demás bebidas espirituosas”.En fin, que escribo esta columna para invitar al disfrute de la poesía, aprovechando que Vallejo estará en la Feria del Libro de Bogotá, oasis donde bailan, como abejas libertinas, las aladas palabras.





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