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La capital del país acaba de experimentar lo que significa la privación de tener agua constante en los hogares. Esto como consecuencia del inicio de las franjas de racionamiento decretadas por la Administración distrital y que muy seguramente seguirán el resto del año. La meta, según el alcalde Carlos Fernando Galán, es llegar a un consumo básico de 15 metros cúbicos por segundo, lo que aún no se consigue, aunque se está cerca. La medición del jueves pasado arrojó un 15,34 por ciento.

En ese sentido, podría decirse que el equilibrio, después de nueve días, es aceptable pero no el óptimo. Las lluvias, es verdad, comenzaron a aparecer de forma más constante, pero su aporte a los embalses que nutren a la capital sigue por debajo de lo ideal. Chingaza, el más importante de ellos, permanece en niveles del 14,9 por ciento, y la idea es que en abril alcance el 20. Se necesitan más lluvias y más fuertes.

Pero lo urgente, sin duda, es un mayor compromiso de la ciudadanía. Si alguna lección dejan estos primeros nueve días de restricción –además de que los gobiernos se tomen en serio las advertencias que se hicieron desde el pasado– es que se empieza a construir una narrativa en torno al consumo responsable de agua en los hogares y que debería extenderse a la industria y sectores público y privado. Pero hay que seguir controlando el grifo y generar conciencia de que se trata de un bien escaso.

La ciudad –y el país en general– debe adoptar el consumo responsable como un tema cultural. Y encontrar nuevas fuentes hídricas.

De lo contrario, no habrá más remedio que las sanciones para los derrochadores, como ya se anunció. Que no debería ser así, pues en el pasado los bogotanos ya demostraron que eran capaces de autorregularse en el consumo de agua, sin ningún tipo de multas.
Este no es un problema de país o de las grandes ciudades de Colombia. La escasez de agua la padecen hoy alrededor de 2.000 millones de seres en el mundo. Y serán muchos más de aquí al 2050, según la Unesco y ONU-Agua, que, además, advierten de las consecuencias que ello trae para la subsistencia alimentaria y la generación de electricidad, otro problema que se evidencia de forma alarmante.

Paralelo a la situación actual, hay que emprender acciones que permitan garantizar el suministro de agua en el futuro. Además de insistir en la formación de una cultura del consumo responsable, Bogotá debe encontrar nuevas fuentes hídricas, acelerar la recuperación de su río y poner en marcha plantas de tratamiento que hoy presentan retrasos; proteger páramos y cuencas, como sugiere la Secretaría de Ambiente, y hacer causa común con la región y el Gobierno para la salvaguarda de afluentes como el río Guaitiquía, principal abastecedor de Chingaza.

Hay que cerrarles el cerco a los grupos criminales, causantes del estrés de nuestros ecosistemas –como reconoce la ministra de Ambiente–, depredadores de los recursos naturales y principales responsables de la contaminación de ríos y acuíferos con la explotación ilegal de minas.

Como con la pandemia, las ciudades suelen ser las más golpeadas con la escasez de agua. Bogotá y otras capitales ya la padecen de manera preocupante. Actuar con responsabilidad institucional y conciencia social es lo aconsejable en estos momentos. Meterle política o ideología a tan sensible tema solo retrasa las soluciones que se requieren ya.



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Un comentario en «Consumo responsable – Editorial El Tiempo»

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