Hace diez o más años acordamos con Roberto Junguito Bonnet una cita para almorzar en un restaurante al norte de Bogotá. Lo hacíamos de vez en cuando para conversar sobre economía, historia y política. Ese día, al encontrarnos, me dijo que a la hora del café vendría un funcionario del Fondo Monetario Internacional (FMI), porque estaban estudiando la renovación de la Línea de Crédito Flexible a Colombia y querían conocer su opinión. Muy a su estilo, me pidió que lo acompañara y que defendiéramos la necesidad de la línea del Fondo.

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He recordado a Roberto y esa reunión con el técnico del Fondo, a propósito de la declaración del presidente Petro de la semana pasada en Caucasia, en el Bajo Cauca antioqueño (un sitio poco apropiado para hablar de la relación de Colombia con el FMI). Allá informó que hablaría con la directora del Fondo Monetario “para cambiar esa deuda de corto plazo por la misma deuda porque hay que pagar. Nosotros pagamos, pero en el largo plazo, de manera que puede abrirse un espacio de financiación mayor que el que tenemos para el gasto social del pueblo colombiano”. Si Junguito viviera habría escrito artículos para todos los medios, afirmando que esa idea no tenía ni pies ni cabeza. Sus colegas exministros de Hacienda reaccionaron en coro, en contra de la propuesta.

El presidente Petro no tiene por qué saber qué es la Línea de Crédito Flexible del FMI y cuál su propósito, pero el ministro Bonilla sí lo debería saber. La Línea fue extendida por el Fondo a Colombia en 2009 como una facilidad de tipo precautelativo que puede utilizarse ante la irrupción de situaciones imprevistas que podrían dar lugar a problemas de balanza de pagos. El Fondo las otorga exclusivamente a países que muestren un sólido manejo macroeconómico, que son muy pocos. La buena respuesta de Colombia ante el choque generado por la Gran Recesión internacional de 2007-2008, estuvo tras el ofrecimiento de la línea al país por parte del Fondo.

En los informes posteriores al Fondo siempre se mencionó que, a pesar de la vulnerabilidad generada por las bajas en el precio internacional del petróleo, las fortalezas de Colombia, la independencia del Banco de la República, el cumplimiento de la regla fiscal y la incorporación del concepto de la sostenibilidad fiscal como mandato constitucional, eran condiciones que justificaban renovarle el acceso del país a la Línea.

Hay más. En la conversación ‘entre amigos’ de Mauricio Cárdenas y Mauricio Reina de la semana anterior, Cárdenas comparó la Línea de Crédito Flexible del Fondo con la de un banco comercial que ofrecía a un cliente la mejor tarjeta de crédito del mundo, una platinum plus, con período de gracia de dos años, tasa de interés del 1% anual, ninguna condicionalidad y, obviamente, con el compromiso de pagar a tiempo por su utilización, en fechas preestablecidas.

El Presidente quiere plata para expandir el gasto público, pero, por favor, no juegue con el Fondo Monetario Internacional.

La mitad de la Línea, US$ 5.000 millones, se desembolsó en las circunstancias excepcionales de la pandemia. Reprogramar su pago ahora no tiene sentido: le cancelan a Colombia la envidiable tarjeta de crédito y la convierten en una deudora mala dentro de la masa de los países emergentes. A la hora de escribir esta columna no sé si el ministro de Hacienda cometió la estupidez de plantearle al Fondo esta otra mala idea del presidente Petro.

Es que, hay que repetirlo, con la seriedad y la reputación internacional del país no se juega. Es claro que el Presidente quiere plata para expandir el gasto público, pero, por favor, no juegue con el Fondo Monetario Internacional. Corte, en cambio, el déficit fiscal. Desde 1940 Colombia ha pagado cumplidamente la deuda externa. Es un ejemplo en el mundo. Y debe continuar así.





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