No hablamos de la novela de Alejo Carpentier. Concierto barroco, sino de un encuentro musical inolvidable en el Teatro Mayor de Bogotá. Una feliz ocasión para la audiencia que llenó la sala. Escuchamos y aprendimos sobre las obras de algunas mujeres virtuosas de extraordinaria creatividad. Compositoras e intérpretes que, a pesar de las restricciones sociales de los tiempos barrocos en el siglo XVIII, en los cuales la pericia musical femenina era poco reconocida, lograron niveles comparables con brillantes autores de este período de la música.

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El cuarteto canadiense de músicos llamado Infusion Barroco celebró la maestría de algunos de los artistas de esa época. Con un impecable trabajo de investigación histórica que se convirtió en el elemento esencial de su identidad como grupo musical, Rona Nadler, Andrea Stewart, Alexa Raine y Sallynee Amawat nos deleitaron con sus lucientes ejecuciones. Sus comentarios musicales y anécdotas sobre la vida y obra de las autoras seleccionadas rompieron con los tradicionales formalismos de presentación de esta música en vivo.

Cada una explicado el funcionamiento de su respectivo instrumento barroco. Nos maravillamos al saber que se tocaba un violín original de 1790. Una flauta de madera con cálida resonancia y una sola clave, en contraste con las de metal, que tienen 17. Un violonchelo con el que se pueden crear sonidos rutilantes que se asemejan a los que se logran con la voz humana. Y se precisó que en el clavecín, instrumento de la familia de los pianos y los órganos, no se golpearon las cuerdas con un martillo sino que se pulsan con púas hechas en la antigüedad con plumas de un ave.

Con un impecable trabajo de investigación histórica que se convirtió en el elemento esencial de su identidad como grupo musical, Rona Nadler, Andrea Stewart, Alexa Raine y Sallynee Amawat nos deleitaron con sus lucientes ejecuciones.

Escuchamos un divertimento de la italiana Ana María Bon (1739, 1769) una huérfana a la que el Ospedale della Pietà, en Venecia, albergó y dio educación musical. Para esta niña prodigio, Antonio Vivaldi compuso 25 de sus obras.

La escritora italiana de madrigales, motetes y cantatas Barbara Strozzi (1619-1677) se arriesgó a publicar su obra bajo su propio nombre. La canción Heráclito amoroso es perfecta para una voz con el timbre y estilo propios del barroco. Fue apenas interpretada por el clavecinista del grupo, que recordó al público que el protagonista del poema es el filósofo griego de la frase “todo fluye y cambia”. Un típico tema italiano: Heráclito se lamenta, quiere morir y enterrarse él mismo a causa de su desilusión amorosa.

La alemana Wilhelmine von Bayreuth, hermana de Federico el Grande (1709-1758) compartía con su esposo la pasión por la música. Interpretaba la flauta y componía sin tener formación suficiente para ello. Su gusto por Bach y la música francesa la impulsó a escribir obras sencillas y una ópera. Una agradable sonata para flauta de su autoría se interpretó en este concierto.

Élisabeth Jacquet (1665-1729) fue la primera mujer en Francia en compositora de óperas. Otra niña genial que cantaba a primera vista y se acompañaba en el clavecín desde los 10 años. Protegida de la nobleza durante la corte de Luis XIV, el Rey Sol, en Versalles, brilló por su talento, afirma la musicóloga Carolina Conti, que elaboró ​​excelentes notas al programa de mano.

El famoso aventurero Giacomo Casanova se enamoró de la virtuosa del chelo Henriette de Schnetzmann. Cuando la oyó tocar la sonata para violonchelo de Antonio Vandini (1690-1778), que también se escuchó en esta noche barroca, se declaró embrujado. En alguna ocasión estando entre el público, al final de un concierto, ella pidió permiso al director de orquesta y repitió la misma obra que acababa de interpretar a un joven chelista. Dicen que fue tal la exquisitez de su talento que su amante, allí presente, lloró de belleza.





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