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La marcha del pasado 21 de abril es la más grande que se ha hecho en toda la historia de Colombia contra un gobierno en ejercicio. No tiene ningún antecedente comparable no solo por su magnitud, sino también por su carácter espontáneo y ciudadano, y por su diversidad social y regional. Ni el peor gobierno de Colombia (y cada quien señalará el que le parece) ha sufrido un golpe de opinión pública tan enorme como el que ha sufrido Gustavo Petro en las calles. Por esta razón, ya se candidatiza como el peor gobierno de nuestra historia, si termina tan mal como le ha ido hasta ahora, con el agravante de que es muy posible que termine aún peor.
Ahora, para sacudirse el polvo de esta derrota en la calle, donde se creía imbatible, y ante su impotencia de convocar su propia marcha -como quedó demostrado el pasado 9 de abril- intenta dar un zarpazo y “raponearle” (de manera tramposa) la marcha a los trabajadores el próximo 1 de mayo. Este es un abuso absoluto, puesto que los trabajadores han marchado en esa fecha durante muchas décadas, en procura de sus propias reclamaciones laborales. Este patético zarpazo pone en evidencia que definitivamente Petro perdió a la calle y no la va a recuperar nunca.
Como lo demostrado en la alcaldía de Bogotá, su fuerte nunca ha sido la gestión pública, la realización de obras, ni la ejecución de proyectos. En este aspecto, su gobierno se le está yendo como el agua entre los dedos.
Petro sabe que su única opción es mantenerse en su campo natural: el de la agitación política. Él siempre ha sido un agitador profesional y no va a cambiar, porque en eso le ha ido bien y lo ha llevado a donde está hoy. El agitador vive del conflicto, de la fractura, de la polarización extrema. El agitador es renuente al acuerdo, repudia el compromiso y la concertación, porque esto reduce el conflicto y soluciona las fracturas, que son su ambiente natural. El acuerdo le quita oxígeno a su trabajo de agitación.
Esta es la razón de fondo por la que deshizo -sin razón aparente- su alianza de gobierno con los partidos que le ayudaron a ganar las elecciones, y por la que sacó a sombrazos a sus representantes del gabinete ministerial. Por ello es que se han equivocado y se siguen equivocando de medio a medio las almas piadasas que candorosamente creen que con Petro es posible llegar a “acuerdos nacionales”, o pactos de gobierno para impulsar reformas. Es que las reformas graduales y pactadas acaban con la polarización extrema y por eso no le convienen al agitador. Al agitador le conviene seguir enarbolando sus banderas de reformas extremas que evitan el consenso y mantienen la polarización.
En conclusión, polarización y fractura exacerbadas es lo que seguiremos teniendo en Colombia en los próximos dos años por cuenta de Petro. Más ahora que al deterioro de su legitimidad por su mediocre desempeño, se sumarán los cuestionamientos a su legitimidad de origen por las crecientes pruebas de violación de topes y el ingreso de dineros mafiosos en la campaña presidencial de Petro. El agitador seguirá agitando y atrincherando.
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