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Con la lengua desatada y dedicado al terrorismo verbal, el presidente Gustavo Petro organizó la campaña para las presidenciales de 2026, cuya primera vuelta se celebrará dentro de dos años y unos días. Aunque conoce poco de asuntos constitucionales, el Presidente sabe que no existe una sola vía legal para que pueda ser candidato, pero amenaza –es la herramienta del terrorismo de lengua– con liderar al pueblo para seguir en el poder si el pueblo mismo se lo pide. . Puro cuento, pura cháchara de culebrero.

Pero hay algo en lo que tiene razón. Como sabe que su administración ha perdido el rumbo, que su credibilidad está en mínimos por la sucesión de escándalos de corrupción que hacen ver como hermanitas de la caridad a los gobiernos anteriores, que sus mayorías en el Congreso están ahora más en duda que nunca por el miedo de los congresistas a que los acusen de haber sido sobornados, que más del 60% de los colombianos rechazan su forma de mandar, y que los altos tribunales le siguen tumbando leyes y decretos porque en la Casa de Nariño cunde la ignorancia jurídica, optó por lo único que le queda: ponerse en modo campaña electoral.

Y ojo que en eso, él, sus asesores –que no tienen empacho en pasarse las líneas éticas– y sus bodegas –que envenenan las redes sociales para acabar con el prestigio de sus contrincantes– demostraron en 2022 –no así en las regionales de octubre – que pueden ser muy eficaces. Con las bravuconadas de sus incendiarios discursos de estos días, Petro ha retado a la oposición.

Y en ese campo, muchos lectores me escriben preocupados porque no ven que asome un líder capaz de enfrentar y derrotar al petrismo. Piensan que mientras más temprano aparezca ese dirigente, más fácil será que gane las presidenciales del 26. Estoy en desacuerdo. En el mundo de hoy, cuando los medios electrónicos y las redes sociales construyen y destruyen prestigios en cuestión de semanas, son más los riesgos que las ventajas de tener desde ya al candidato. ¿Se imaginan lo que las bodegas petristas le harían a ese pobre personaje en estos dos años?

Pero además, en Colombia una campaña electoral es un durísimo proceso de selección en el que, en los meses de precampaña, asoma una docena de aspirantes. Unos aciertan con su discurso y su mensaje, y toman ventaja en las encuestas; otros se equivocan y se rezagan. Al final quedan los que mejor mensaje hayan elegido y mejor lo hayan comunicado. Luego, el sistema de primarias y consultas internas definen los candidatos que irán a la primera vuelta.

A votación va a llegar más de un candidato surgido del amplio universo no petrista, que va de la derecha radical hasta el centroizquierda. Lo más probable es que se inscriban dos, tres y hasta cuatro candidatos, como resultado de los procesos de selección que pacten los diferentes partidos que no comulgan con Petro. Uno de ellos –o incluso dos, si el petrista queda por fuera– irá a la segunda vuelta.

Como todo va mal
en su gobierno, y la corrupción le estalló en las manos, Petro adelantó la campaña

En la precampaña veremos a Claudia López, a Juan Manuel Galán, quizás a Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria. Y veremos a María Fernanda Cabal, la apuesta de la derecha radical.
¿Volverá a intentarlo Germán Vargas? Las encuestas lo muestran muy débil, pero tiene ganas. Y habrá otros líderes más jóvenes como David Luna –si su jefe Vargas se lo permite– y Miguel Uribe, congresistas destacados de la oposición; y quizás el barranquillero Jaime Pumarejo, elegido mejor alcalde de Colombia a fines del año pasado. Y habrá otros.

¿Quién de ellos puede derrotar al candidato petrista? El que mejor precampaña y mejor campaña haga, el que mejor sintonice con los votados. Y hablando del candidato petrista, no asoma ninguno capaz de dar la talla. Como buen movimiento caudillista, el petrismo se concentra en la exaltación de su líder supremo, y los demás –los Gustavo Bolívar y similares– parecen pitufos. Veremos: esto apenas comienza.

MAURICIO VARGAS

​(Lea todas las columnas de Mauricio Vargas en EL TIEMPO, aquí)



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