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En medio de la avalancha de escándalos de los últimos días, pasó inadvertida la conmemoración de los 67 años de la caída de Rojas Pinilla, el 10 de mayo de 1957. Los antecedentes y los hechos políticos posteriores deben ser bien conocidos por quienes con desparpajo y algo de ignorancia copan hoy el espectro político.
A mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado el país vivía una atroz violencia entre liberales y conservadores, cuyas víctimas casi siempre eran campesinos y gente humilde llevadas a una guerra absurda. Laureano Gómez había sido elegido en solitario en 1950, por falta de garantías para el liberalismo, a pesar de que era el partido mayoritario en la nación. El 6 de septiembre de 1952 una turba de policías, en represalia por el asesinato de unos soldados en el Tolima, atacó los periódicos liberales y las casas de Carlos Lleras y López Pumarejo.
El conservatismo estaba dividido entre “ospinistas” y “laureanistas”. El 13 de junio de 1953, el popular comandante del Ejército tomó el poder auspiciado por los primeros. Existía una espuria asamblea constituyente que había creado Laureano brincándose el artículo 218 de la Constitución. Por la situación de violencia partidista, el país en general recibió con júbilo al nuevo ‘salvador’, quien, bajo la bandera de paz, justicia y libertad, invocó la figura de Bolívar y se apoyó en Jesucristo.
Los liberales en el exilio volvieron a pensar que Rojas convocaría elecciones libres en 1954. Un mes después del ‘golpe’ le hicieron un homenaje bipartidista cuyos oradores fueron: Darío Echandía, en nombre del liberalismo, quien lo calificó de golpe de opinión, y Guillermo León. Valencia por el conservatismo, quien no ahorró elogios para el usurpador. El primer año fue de luna de miel con la opinión. Hasta los populares Emeterio y Felipe, Los Tolimenses, le compusieron una canción, Que viva Rojas Pinilla.
Fue perdiendo el apoyo de los políticos, de la jerarquía eclesiástica y de los gremios que inicialmente lo adulaban y organizaban un paro patronal que lo tumbó.
El país aceptó en principio la propuesta de “paz total” del nuevo inquilino de la Casa de Nariño, quien expidió un generoso decreto de indulto para todos los actores del conflicto. La violencia arreció. La mayoría de alcaldes y gobernadores eran militares. El Gobierno emprendió muchas obras públicas, pues Rojas además era ingeniero. Quiso quedarse en el poder apoyado en el asistencialismo, aprovechando no una reforma tributaria sino el alto precio del café.
Pero como le molestaban las críticas, clausuró EL TIEMPO y el espectador y comenzaron la censura de prensa. Hubo políticos que se aprovecharon de su gobierno y amigos cercanos que se enriquecieron. Reprimió una manifestación de estudiantes usando los soldados que regresaban de la guerra de Corea. Le dio el voto a la mujer e ilegalizó al Partido Comunista.
Fue perdiendo el apoyo de los políticos, de la jerarquía eclesiástica y de los gremios que inicialmente lo adulaban y organizaban un paro patronal que lo tumbó. Conservó el apoyo de las Fuerzas Militares y, en gesto que lo enaltece, prefirió irse dejando una Junta Militar escogida por él que le alcanzó a prometer que lo regresaría, para evitar un derramamiento de sangre. Mi amiga María Eugenia Rojas contaba que quien luego fuera presidente de la “Junta”, el general Gabriel París, lloraba en los hombros de Rojas. También estaba el director del SIC, servicio concentrado de inteligencia para espiar. Fue juzgado por hechos menores por un Senado de enemigos. Lo absolvió la Corte y lo rehabilitó el Tribunal de Bogotá.
Habiendo obtenido el poder por las armas, lo buscó por las urnas en 1970. Un alegado fraude contra Rojas –que recordó a Petro el 1.º de mayo– dio lugar al surgimiento del movimiento guerrillero M-19. Los colores de su bandera, hoy tan extrañamente reivindicada, son muy parecidos a los de la Anapo que ondeaba en la 10.ª con 7.ª. Muchos anapistas –el partido de Rojas– se convirtieron en militantes del M-19. En algún momento Petro estuvo cerca de los herederos de Rojas, pero luego los denunció por corrupción.
Muchas similitudes, pero también muchas diferencias.
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