[ad_1]
El migrante suele escapar de un entorno invivible. Escapa de un entorno de guerra, de escasez, de amenaza, de muerte. Huye de guerras que favorecen a las potencias, crisis ambientales causadas por la acumulación y crecimiento sin límite del capitalismo, que favorecen a grandes corporaciones. Escapa de una vida precaria agravada por sanciones inhumanas impuestas por países poderosos. En el país de acogida se enfrentan el racismo y el clasismo que los excluye. Si eres un migrante ucraniano blanco, te acogen sin dificultades, pero si eres un sirio café, difícilmente reconocerán tu plena humanidad. Peor aún si eres mujer.
Una vez llegan al país de destino, la obtención de un trabajo digno representa un nuevo reto. Un estudio reciente de la ONU y la OIM destaca que “las estructuras locales de género, clase, raza y trabajo determinan que para las mujeres migrantes la fuente de ingreso más cercana es el trabajo remunerado del hogar”. Y no podría ser de otra manera. Desde Engels se describe la explotación de la mujer como la primera explotación de clase. La profesora Claudia Anzorena lo cuenta con más claridad explicando cómo la asignación social de habilidades, competencias, valores y/o responsabilidades a una persona se basa en sus características biológicas asociadas a uno u otro sexo. Y esto, tristemente, es así desde la más tierna infancia.
Las mujeres migrantes, bajo este contexto de feminización de las tareas domésticas y de cuidado, encuentran mayores posibilidades en esta categoría de trabajo, caracterizada por ausencia de formalidad y salario digno.
En el caso local, en la última década, la migración venezolana a Colombia ha crecido dramáticamente; para el mes de agosto del 2023 se registró un total de migrantes procedentes de Venezuela superior a los dos millones, siendo el 52 por ciento mujeres. Según datos del Dane, la pobreza monetaria tiene una alta incidencia en los migrantes venezolanas, con una tasa de 65,9 por ciento en el 2021, es decir que para ese año 6 de cada 10 migrantes venezolanas se encontraban en condición de pobreza monetaria. Mujeres sin lo mínimo para vivir.
No basta con programas sociales que a lo sumo mejoran un poco la experiencia de vida de la mujer migrante. Ojalá fuera tan sencillo desmontar el patriarcado: la jerarquía que fluye por nuestros cuerpos elevando al hombre y sofocando a la mujer, como bien lo dice la poeta Sophie Lewis. El patriarcado que sofoca a la mujer migrante.
*Juan David Cabrera, investigador en Dejusticia
*Dorly Vergara, pasante en Dejusticia
[ad_2]
Source link