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La esposa de Paul Auster, Siri Hustvedt, escribió un conmovedor texto un par de días después de la muerte del escritor, en el que se lamentó del poco espacio que tuvieron ella y su familia para asimilar la muerte de su esposo. No hubo tiempo de llorar, de aceptar, mucho menos de dar ellos mismos la noticia, porque sus teléfonos empezaron a sonar y el aviso de su fallecimiento comenzó a circular en todos los medios de comunicación y redes sociales. “Fui muy ingenua, pero me imaginé que yo sería la persona que anunciaría la muerte de mi esposo”, dijo en su cuenta de Instagram. Le quitaron la posibilidad de dar la noticia a ella, la persona más cercana en la vida del escritor. Le usurparon esa dignidad, como la escritora misma escribió.

Algunas personas se sienten satisfechas en ser portadoras de noticias. Es como si buscaran protagonismo y reconocimiento, especialmente cuando se trata de eventos trágicos como la muerte de alguien. Sienten una especie de orgullo de que los demás se enteren de que eran muy cercanos del difunto. En el caso de Paul Auster, al tratarse de una figura pública preguntada por tanta gente, las noticias no se hicieron esperar. Seguramente algún amigo allegado, sin medir el impacto emocional que ello tendría en la familia, filtró la información a los medios y la noticia se difundió con rapidez inusitada.

La pérdida de un ser querido, por más figura pública que sea, es uno de los momentos más íntimos y difíciles que enfrenta el ser humano. El lamento de Siri Hustvedt por no haber tenido el espacio necesario para procesar su duelo es un llamado de atención a los periodistas a que respetan la privacidad de las personas en momentos tan delicados y aborden estos anuncios con mayor sensibilidad. Y vaya también este llamado a todos aquellos que, sin considerar las consecuencias, se sienten con el derecho de difundir este tipo de información.

No hay que ser familiar de Paul Auster para que eso suceda. Cuando mi papá murió, yo estaba volando en un avión camino a Bogotá. Cuando abordé, mi papá estaba vivo. Al aterrizar en Bogotá, solo una hora y media después, y prender mi teléfono, me encontré con el saludo de algunas personas –que no eran de la familia– que me daban el pésame por su muerte. Así me enteré.

El respeto a la privacidad es un gesto de empatía hacia quien atraviesa un momento de dolor. Todo el mundo tiene derecho a sufrir en silencio, sin interferencias externas. Bienvenidas las muestras de cariño, pero en el momento adecuado.

X: @Diana_Pardo



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