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Cuando el Presidente de Colombia afirma “haré lo que el pueblo diga y se quedará lo que el pueblo quiera”, obliga la pregunta: ¿dónde está ese pueblo? Tema de grandes textos políticos, pero ahora respecto a discursos de un presidente que inventan frases conmovedoras o desafiantes que tienen como centro esa palabra: el ‘pueblo’. El pueblo que todo lo puede, que lo elegido para el cambio, para cambiar su país y quizás el mundo en su sabiduría y omnipotencia.
¿Qué es pueblo? En su sentido histórico, bien descrito en clásicos como Los grandes textos políticos desde Maquiavelo (J. Chevalier), desfila el pueblo como entidad viva y compacta ganando importantes batallas, luego de la Revolución francesa, librándonos del absolutismo y nacionalismos o monarquías; pero también es verdad que pueblo, su concepto de populus, población, o de pueblo bajo, plebe activa, se fue diluyendo, reemplazada por otras definiciones. En América Latina se decía que la artesanía la hacía el pueblo para distinguirla del arte culto, pero esa comparación perdió sentido; en estudios de urbanismo han preferido ciudadanos, los publicistas consumidores, los antropólogos comunidades, los políticos partidarios, los comunicadores, audiencias… en fin, se le huye a la palabra ‘pueblo’ porque ha perdido referencia. Uno no se presentaría en una conferencia diciendo “buenos días, pueblo”, tal vez mejor decir bienvenidos, señores y señoras.
Tal vez entonces convenga acudir a la psicología, ¿será que pueblo es un alter ego? Dice el diccionario: persona en quien se tiene absoluta confianza, que lo representa sin restricción. El Diccionario de psicoanálisis (Larousse) trae más posibilidades en sus derivados semánticos: egoísmo, que puede servir a sus propios intereses, narcisismo, amor a sí mismo que se camufla en alter ego admirados por la sociedad. La cantinela presidencial será entonces algo como: “El pueblo soy yo, según lo que ordene mi propio espejo”.
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