Es un libro de pasta dura, de colores rojo y amarillo, “el color por el que podría cometer un asesinato”. Me acompaña hace sesenta años y cinco meses con fidelidad del perrito de la Víctor. Jamás se vendió pirateado en el semáforo. No lo busquen en la feria del libro bogotana.

(También le puede interesar: la vaca)

Lo tengo en la dulce compañía de las ficciones de Salgari, Dumas, Verne. Nunca lo he leído. ¿Quién se lee un libro de taquigrafía? Bueno, mi libro de Taquigrafía Gregg simplificada no fue concebido para ser leído como una novela porno o de detectives. Elemental, mis queridos Watsons: Mr. John Robert Gregg editó un manual para escribir rápido.

La taquigrafía es el esperanto de la síntesis. Los editores de Mc Graw-Hill dicen que quien aprende esa materia “escribe más rápido porque su cerebro, libre de estorbos, funciona con mayor presteza”.

Mi idea nunca fue aprender a escribir rápido aunque a los periodistas nos vendría bien conocer esas galimatías.

Señoras y señores, abróchense los cinturones: en ese libro intercambiaba correspondencia con mi primera novia cuando ella estudiaba en el Colegio de la Presentación de Envigado, donde también lo hizo Mercedes Barcha, la esposa de García Márquez. Algo en común con esa pareja tenemos Penélope y yo. (Él cambió su nombre para proteger su biografía).

Fui su primer novio. Me hice presente en su fiesta de quince con un talco Flores de Niza. Esa noche bailamos el bolero pecado un amor. Una frágil correveidile o “capullo de azucena”, como les decían a sus alumnas las hermanas de la Presentación, se encargaba de movilizar nuestras metáforas.

En mis visitas de enamorado, ella se entrenaba conmigo tocando al piano piezas de Chopin. Yo era su auditorio.

De pronto me robaba metáforas de corte centenarista que encontraba en las cartas que mi taita le escribía a su novia montañera, mi madre: “Y sin más, recibe en la humilde queda de un suspiro, mi doliente corazón”.

Me pregunto si me echó porque no quería nada con un plagiador. O por unos versos que le hice. Tenían este estribillo: “Te querré, Penélope, morirás amada”. Frente al pelotón de fusilamiento de la vejez, sospecho que me destituyó de sus aurículas y ventrículos porque ella quería vivir de amor, no morir. Lo tendré en cuenta para la próxima…

[email protected]





Source link

Comparte NdS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *