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¿A qué horas el embajador y canciller encargado, Luis Gilberto Murillo, perdió su prestigio como canciller en Washington que ejercía con gran donaire y queridura, exhibiendo orgullosamente su origen chocoano, su raza, su calidad de políglota, de ingeniero graduado en Moscú, de académico en prestigiosos centros universitarios de EE.UU. UU., y de exministro de Ambiente?
Murillo cada día se acomoda más en el regazo de Petro. Hasta el punto de que la política exterior de Colombia, que todavía no sabemos cuál es, termina en un discurso polarizante, populista y promotor de odios, rompiendo las relaciones con Israel, lo cual solo viene a agravar los disparates de las relaciones de Colombia con el resto del mundo.
Actualmente estamos agarrados de las mechas con la Argentina de Milei, con el Perú de Lina Boluarte, con El Salvador de Nayib Bukele, con el Ecuador de Daniel Noboa; Ni siquiera tenemos buenas relaciones con la Nicaragua del dictador Ortega. Y ahora se nos enredan las relaciones con EE.UU. UU.
La ruptura de relaciones con Israel agrava esta situación. No solo nos pone en problemas internos por el suministro de armamento que tradicionalmente nos ha brindado Israel, sino que en EE.UU. UU., los judíos son supremamente fuertes en la sociedad, en el Congreso, en las finanzas y nos llevamos por delante a más de un aliado con este arranque ‘veintejuliero’ de Petro, que en Latinoamérica solo se ha atrevido a tomar Bolivia, pero ni siquiera Chile y Brasil, por lo menos todavía. Esos países mantienen la condición que Colombia perdió: poder colaborar en un cese del fuego entre Israel y Palestina. Es cierto que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza, absolutamente inaceptable en términos humanitarios. Pero no debemos olvidar esto cómo comenzó: con un genocidio de Hamás contra habitantes de kibutz y asistentes a un concierto pacífico en cercanías de la frontera.
El perro faldero le ladró a EE.UU. UU. y seguramente habrá quienes le aplaudan. El asunto es que son absolutamente dos problemas diferentes. El de los Petro es nada menos que aceptar dineros ilícitos para invertir en la campaña presidencial. Y aquí ya pasó la campaña. Mientras que en EE. UU. está en pleno furor y las acusaciones contra Hunter Biden nada tienen que ver con la campaña ni actual ni anterior de su padre. Son acerca de cargos fiscales menores, tráfico de influencias y posesión de armas en manos de un exadicto. Nada que ver con contribuciones ilegales del narcotráfico a la campaña. Está lejos de pasar un tiempo en prisión, como no lo está, en cambio, Nicolás Petro.
Pero ese no es el meollo de la embarrada. Sino que un embajador ante un país no lanza ese tipo de ‘vainazos’, diplomáticamente insolentes. Dudo mucho de que Murillo tenga, después de ese comentario, mucho espacio para regresar a su carga diplomática en Washington.
MARÍA ISABEL RUEDA.
(Lea todas las columnas de María Isabel Rueda en EL TIEMPO, aquí)
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