La nube se eleva como gran metáfora de internet; un sistema global de gran poder de almacenamiento y conectividad que esparce el aura de algo luminoso, difícil de captar en su horizonte. Pero nube no es algo mágico lejano, de agua y aire o viento, sino una colosal infraestructura hecha de fibras ópticas, satélites, cables en los océanos o postes en tierra, computadores, celulares, inteligencia artificial; una nueva clase de industrias, no tiene sombras sino huellas, y detrás de la nube actúan los sitios donde compramos, transferimos, socializamos o, incluso, donde votamos y elegimos en democracia.

Pero frente a tanta maravilla se agazapa una especie de nueva oscuridad. Vivimos bajo un imperio de signos de bienes inmateriales gobernados por distintos poderes, desde el ciudadano X que burla, engaña o estafa suplantando hasta poderosas empresas que prestan buenos servicios, producen dinero o manipulan y hacen consumir o tomar decisiones que parecen propias. Este nuevo oscurantismo (New Dark Age, J. Bridle) nacido de lo digital hace hincapié en todo lo que la misma tecnología ha oscurecido más que iluminado y que nos reduce o traiciona la capacidad de actuar. Nos perdemos en “un mar de datos”, otra gran metáfora de la inmensidad incontrolable, y allí actúan, también, varias oscuridades de fundamentalistas, teorías de la conspiración o políticos manipulando sentimientos públicos. En la pandemia vimos cómo mientras circulaban datos eficaces para enfrentar el virus, que nos brotó desde algún infierno, la nube se cargaba de otro combate, industrias para producir una vacuna como salvación, pero igual era el trasfondo del gran negocio que ponía a los grandes. laboratorios a apostar y ganar.

El futuro desde la información tecnológica entonces es gris. Se puede evidenciar en los políticos o presidentes con vocación dictatorial, quienes han descubierto en la red la inmediata de los efectos de sus trinos, suplantando las voluntades sociales con mensajes cortos y disuasivos. Desde el cielo se les mete miedo a los ciudadanos amenazándolos con el apocalipsis si no los reeligen o si no se aprueban transformaciones improvisadas e ideologizadas. La relación entre democracia y nube es inquietante; las ideologías, el consumismo, los fanatismos se adecúan con más eficacia que los argumentos razonados. El “pueblo digital” que solo vive en la nube reemplaza aquel de la vida material, apuntando a la muerte del pensamiento crítico.

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