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La nube se eleva como gran metáfora de internet; un sistema global de gran poder de almacenamiento y conectividad que esparce el aura de algo luminoso, difícil de captar en su horizonte. Pero nube no es algo mágico lejano, de agua y aire o viento, sino una colosal infraestructura hecha de fibras ópticas, satélites, cables en los océanos o postes en tierra, computadores, celulares, inteligencia artificial; una nueva clase de industrias, no tiene sombras sino huellas, y detrás de la nube actúan los sitios donde compramos, transferimos, socializamos o, incluso, donde votamos y elegimos en democracia.
El futuro desde la información tecnológica entonces es gris. Se puede evidenciar en los políticos o presidentes con vocación dictatorial, quienes han descubierto en la red la inmediata de los efectos de sus trinos, suplantando las voluntades sociales con mensajes cortos y disuasivos. Desde el cielo se les mete miedo a los ciudadanos amenazándolos con el apocalipsis si no los reeligen o si no se aprueban transformaciones improvisadas e ideologizadas. La relación entre democracia y nube es inquietante; las ideologías, el consumismo, los fanatismos se adecúan con más eficacia que los argumentos razonados. El “pueblo digital” que solo vive en la nube reemplaza aquel de la vida material, apuntando a la muerte del pensamiento crítico.
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