Poco más de seis meses después del letal ataque terrorista de Hamás que acabó con la vida de más de 1.200 personas y el secuestro de centenares, Israel enfrenta dos conflictos: uno contra Hamás en Gaza y otro contra Irán. Aunque en realidad es solo uno: durante décadas, Irán e Israel se han mostrado los dientes y se han mordido a través de sus bandas satélites y sus aliados, respectivamente, pero nunca se habían violado las líneas rojas de un ataque directo a su territorio, como sucedió este mes.

Lo hizo Israel el 1.º de abril al bombardear el consulado de Teherán en Damasco (por ser una instalación diplomática, técnicamente es parte del territorio de Irán) para dar de baja a altos mandos de la Guardia Revolucionaria; e Irán acaba de responder con un ataque enjambre con cientos de drones (los mismos que usa Rusia contra Ucrania) y misiles balísticos, disparos que, en su mayoría, fueron neutralizados y al cierre de esta edición no habían provocado víctimas ni daños mayores.

En el mismo sentido, se podría sugerir que quien lanzó la primera piedra fue Irán al patrocinar el ataque del Hamás del trágico 7 de octubre, pero, más allá de ese debate, lo sucedido es un punto de inflexión histórico que hace temer la extensión hacia un conflicto regional de amplias e imprevisibles consecuencias.

De momento, Irán ha hecho llegar a través de Turquía el mensaje de que su cuenta está salvada y que su ataque contra Israel se limita a una “represalia”. Hay señales de que el ataque iraní fue calibrado quirúrgicamente para no desatar una escalada, y de hecho se les anunció a los vecinos para que Israel estuviera preparado y minimizar el impacto de los proyectiles. Así, el curso de los drones pudo seguirse con horas de anticipación.

Washington ya hizo saber que no participará en una posible contraofensiva. La pelota queda de nueva en el gobierno de Netanyahu

En realidad, en horas previas al ataque, analistas de lado y lado coincidieron en que Irán no estaba interesado en una guerra directa, pero que era rehén de su estatus de potencia regional, y que no respondía a lo de Damasco y seguir con su denominado La estrategia de ‘paciencia estratégica’ podría percibirse como una señal inaceptable de debilidad para el régimen de los ayatolás y crear fisuras internas y con sus aliados.

Israel tampoco es que desee una escalada regional amplia, pero sí necesita tiempo para, en palabras de sus estrategas, “acabar la tarea” de aniquilar a Hamás, pero las fuertes presiones de EE.UU. UU. para un alto al fuego en la Franja se atravesaban. Sería inaceptable que el ataque iraní fuera excusa para que se acreciente el drama de los civiles en Gaza. Al contrario de lo que se podría pensar en estos momentos aciagos para la humanidad, no es la hora de los cañones, sino de la diplomacia. El riesgo de un enfrentamiento regional que podría degenerar en un conflicto de espectro mayor debe disolverse; la urgencia de un mundo en paz debe primar sobre mezquinos intereses internos. Washington ya hizo saber que no participará en una posible contraofensiva, por lo que la pelota queda de nueva en el bando del gobierno de Benjamin Netanyahu. Que la contención y el sentido de proporcionalidad que la mayor parte del mundo le cuestiona por sus actuales acciones en Gaza aparecen para darles ponderación a sus próximas decisiones. Y que el ejercicio intenso de la política global, con sus grandes protagonistas, contribuye a evitar un escenario de mayor riesgo y volatilidad.

EDITORIAL

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